jueves, 10 de enero de 2013

Mesa vacía

     Daban las 12 en la mansión, era el anuncio del día, la bienvenida de la noche. Uno a uno se reunían los fantasmas alrededor de la mesa, tarareaban su errática tonada mientras dejaban expuesta su traslúcida figura. Era la transparencia de no estar ahí lo que les distinguía en aquella reunión sin invitados, era su silencio lo que convertía el momento en una fiesta sin sonido.
     Fue así como comenzó el carnaval de sensaciones, con el tintineo de las copas al compás del brindis, con la casi inapreciable armonía de la vajilla de plata.
     En la sinfonía de murmullos, se apreciaba tan sólo un patrón, sólo una coincidencia compartían aquellos ininteligibles siseos… el nombre del anfitrión… resonaba al unísono… una y otra vez… como si esperasen algo… como si estuviesen coreando el nombre del protagonista de su propio espectáculo privado… la intensidad del sonido aumentaba lentamente mientras se servía el platillo principal.
     Y así llegó el momento esperado, una vez más el silencio se apoderó del lugar y las miradas se hicieron una al centrarse en el anfitrión, quién yacía perplejo tras la enorme bandeja plateada frente a él. Pronto sus instintos se apoderaron de su discernimiento, sus pensamientos se volvieron borrosos, ya no existía lucidez… tan solo restaba sucumbir ante el deseo y degustar su platillo.
     Mientras degustaba la textura de su platillo con fervor, una solitaria y tibia gota descendía por su mejilla. Cada segundo que pasaba en su descenso producía una cálida sensación, invitaba a un trance infinito, a una hipnosis perpetua… por un segundo todo era paz y tranquilidad, un orgasmo masivo… hasta que la gota finalizó su descenso… ¡Ja, ja, ja, ja! Rompió la quietud una gutural carcajada, ya no habían fantasmas en la habitación, era una mesa vacía, una enorme mesa de madera. 
     En la confusión tras su estado de trance el anfitrión agitó su cabeza y miró a su alrededor, no había nada, estaba solo… al menos eso pensaba hasta que miró al frente, al otro extremo de la mesa posado sobre una silla se encontraba un espejo. Al fijar su mirada en el espejo sólo observó su propia silueta, gris y sin rostro, de la cual únicamente se distinguía una torcida sonrisa que emitía la carcajada que terminó con su éxtasis.
     Una extraña sensación de humedad terminó de hacerlo despertar, miró sus manos, rojas como el vino tinto; para luego observar su cuerpo cubierto de sangre y un agujero en su pecho… por último observó la bandeja de plata para darle una última mirada a su platillo, que a medio devorar palpitaba lentamente… con su último aliento tomó conciencia de lo que había hecho, había devorado su propio corazón…