Daban
las 12 en la mansión, era el anuncio del día, la bienvenida de la noche. Uno a
uno se reunían los fantasmas alrededor de la mesa, tarareaban su errática
tonada mientras dejaban expuesta su traslúcida figura. Era la transparencia de
no estar ahí lo que les distinguía en aquella reunión sin invitados, era su
silencio lo que convertía el momento en una fiesta sin sonido.
Fue así como comenzó el carnaval de sensaciones, con el tintineo de las copas
al compás del brindis, con la casi inapreciable armonía de la vajilla de plata.
En la sinfonía de murmullos, se apreciaba tan sólo un patrón, sólo una
coincidencia compartían aquellos ininteligibles siseos… el nombre del
anfitrión… resonaba al unísono… una y otra vez… como si esperasen algo… como si
estuviesen coreando el nombre del protagonista de su propio espectáculo
privado… la intensidad del sonido aumentaba lentamente mientras se servía el
platillo principal.
Y así llegó el momento esperado, una vez más el silencio se apoderó del lugar y
las miradas se hicieron una al centrarse en el anfitrión, quién yacía perplejo
tras la enorme bandeja plateada frente a él. Pronto sus instintos se apoderaron
de su discernimiento, sus pensamientos se volvieron borrosos, ya no existía
lucidez… tan solo restaba sucumbir ante el deseo y degustar su platillo.
Mientras degustaba la textura de su platillo con fervor, una solitaria y tibia
gota descendía por su mejilla. Cada segundo que pasaba en su descenso producía
una cálida sensación, invitaba a un trance infinito, a una hipnosis perpetua…
por un segundo todo era paz y tranquilidad, un orgasmo masivo… hasta que la
gota finalizó su descenso… ¡Ja, ja, ja, ja! Rompió la quietud una gutural carcajada,
ya no habían fantasmas en la habitación, era una mesa vacía, una enorme mesa de
madera.
En la confusión tras su estado de trance el anfitrión agitó su cabeza y miró a
su alrededor, no había nada, estaba solo… al menos eso pensaba hasta que miró al
frente, al otro extremo de la mesa posado sobre una silla se encontraba un
espejo. Al fijar su mirada en el espejo sólo observó su propia silueta, gris y sin
rostro, de la cual únicamente se distinguía una torcida sonrisa que emitía la
carcajada que terminó con su éxtasis.
Una extraña sensación de humedad terminó de hacerlo despertar, miró sus manos,
rojas como el vino tinto; para luego observar su cuerpo cubierto de sangre y un
agujero en su pecho… por último observó la bandeja de plata para darle una última
mirada a su platillo, que a medio devorar palpitaba lentamente… con su último
aliento tomó conciencia de lo que había hecho, había devorado su propio
corazón…
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